Afrodita, con ternura, se acerca a Casandra y le toma las manos, mirándola a los ojos con firmeza.
Afrodita: Escucha, hermana. La verdadera amistad no se mide por lo que somos, sino por lo que elegimos ser. El Chavo siempre veía lo mejor en las personas, incluso en aquellos que se sentían perdidos. Tú también puedes encontrar esa luz dentro de ti.
Casandra, aún sollozando, se seca las lágrimas con la manga de su abrigo.
Casandra: Pero... ¿y si la gente solo ve lo malo en mí? ¿Y si nunca puedo cambiar?
Afrodita: Cambiar no es fácil, pero no es imposible. Cada día es una nueva oportunidad para ser diferente. Recuerda que el Chavo nunca dejó de sonreír, incluso en los momentos más difíciles. Si él pudo encontrar alegría en la amistad, tú también puedes.
Casandra mira al suelo, reflexionando sobre las palabras de su hermana.
Casandra: ¿Y si me rechazan? ¿Y si no me quieren?
Afrodita: El rechazo puede doler, pero también es parte del camino. No todos entenderán tu lucha, pero aquellos que realmente valen la pena verán más allá de tu exterior. Y siempre tendrás a tu hermana a tu lado, apoyándote.
Casandra siente un pequeño destello de esperanza en su corazón.
Casandra: ¿De verdad crees que puedo hacerlo?
Afrodita asiente con una sonrisa cálida.
Afrodita: Sí, hermana. Solo necesitas dar el primer paso. Y recuerda, no estás sola. Siempre estaré aquí para ti, sin importar lo que pase.
Con un profundo suspiro, Casandra se siente un poco más ligera. Aunque la tristeza aún la envuelve, la idea de poder cambiar y encontrar amistad le da un nuevo propósito.
Casandra: Gracias, Afrodita. Intentaré ser más valiente.
Afrodita: Eso es todo lo que pido. Ahora, ¿qué te parece si recordamos juntos al Chavo? Tal vez eso nos ayude a encontrar la alegría que él siempre compartía.
Casandra asiente, y juntas comienzan a recordar las travesuras y risas del niño que, a pesar de todo, siempre supo ver lo mejor en los demás.