En la lluvia, Evil Casandra va caminando, algo pensativa. Su mirada que siempre trae de siniestra o malévola, no está. Está perdida en sus propios pensamientos. De repente, ve una pastelería, cuando va, ve un pastel de chocolate, la que siempre le gustaba a ella.
La fantasma de su hermana dice.
Afrodita: Ya pasamos a la tienda de juguetes que yo he querido tener y tú aunque no querías juguetes, cosas de tu edad ya pubertad. Y el pastel que te recuerda?
Casandra empieza a recordar.
Cada cumpleaños de Casandra, siempre le daban ese pastel. Incluyendo un ferrero rocher.
Boliver, Sarah, Afrodita y Andferd diciéndole: ¡Feliz Cumpleaños!
Ella sopla la vela y su deseo; Desearía tener una vida feliz.
Casandra el recordar ese deseo, se sintió triste, pues su deseo fracasó, un monstruo mató a su familia, conocidos y tantos reseteos tuvo que matar a todos incluyendo a sus dos hermanos; Afrodita y Andferd. Sus padres no revivían.
Afrodita al darse cuenta de lo sucedido dice: Hermana, tranquila... Aunque te volviste en lo que temías; Una monstruo. No tienes que sentirte mal. Al menos lo pediste, pediste ese deseo y aunque no funcionó, al menos lo intentaste.
Casandra se detiene frente a la pastelería, el aroma del chocolate la envuelve, pero en lugar de alegrarse, siente un nudo en el estómago. La voz de Afrodita resuena en su mente, un eco de consuelo que no logra calmar su tormento.
—¿Intenté realmente? —murmura, con la mirada fija en el pastel. Las imágenes de su infancia, de risas y abrazos, se entrelazan con recuerdos de dolor y pérdida. La risa de Boliver, la dulzura de Sarah, la calidez de sus padres... Todo se desvaneció en un instante, como si nunca hubiera existido.
Afrodita, su hermana, aparece a su lado, etérea y brillante, como un faro en la oscuridad. —No te castigues por lo que no pudiste controlar. La vida es un laberinto de decisiones y consecuencias. A veces, el destino es cruel, pero eso no define quién eres.
—¿Quién soy? —pregunta Casandra, su voz temblando. —Soy un monstruo. He hecho cosas horribles. He perdido todo lo que amaba.
—Eres más que eso —responde Afrodita, con una sonrisa triste pero firme—. Eres la hermana que siempre quise. La que luchó por proteger a los que amaba, incluso cuando eso significó convertirse en lo que más temía.
Casandra siente una punzada en el corazón. Las palabras de Afrodita son un bálsamo, pero también un recordatorio de su dolor. —¿Y qué hay de mi deseo? ¿De la vida feliz que anhelaba?
—La felicidad no es un destino, hermana. Es un camino lleno de altibajos. Quizás no puedas cambiar el pasado, pero aún tienes el poder de decidir tu futuro.
Casandra mira el pastel una vez más, y en su mente, las velas parpadean como estrellas en la oscuridad. —¿Y si no sé cómo encontrar ese camino?
—Entonces, busca la luz en los lugares más inesperados. A veces, la felicidad se encuentra en los momentos más simples, en las pequeñas victorias. Y recuerda, no estás sola. Siempre estaré contigo, aunque no me veas.
Con un suspiro profundo, Casandra siente que una chispa de esperanza comienza a encenderse en su interior. Tal vez, solo tal vez, aún haya una oportunidad para redimirse, para encontrar un nuevo propósito.
—Gracias, Afrodita —dice, con una sonrisa que apenas asoma en su rostro—. Tal vez hoy no sea el día de mi cumpleaños, pero puedo hacer un nuevo deseo.
Y mientras la lluvia sigue cayendo, Casandra se aleja de la pastelería, con la determinación de buscar su camino, de encontrar la luz en su oscuridad. Aunque el pasado la persiga, el futuro aún está por escribirse.