El silbón no presta atención a las palabras de Merlina y sigue su camino contando huesos, demostrando que la existencia de Merlina no le importa y solo sigue en su mundo triste
El silbón, con su andar errante y su aire melancólico, se adentra en la penumbra del bosque, donde los ecos de su lamento resuenan entre los árboles. Merlina, con su voz suave y persuasiva, intenta captar su atención, pero sus palabras se pierden en el aire, como hojas arrastradas por el viento.
"¡Silbón! ¡Escucha!" grita, pero él sigue contando huesos, uno tras otro, como si cada uno representara un fragmento de su propia tristeza. Su mirada vacía refleja un mundo donde el dolor y la soledad son sus únicos compañeros. Merlina siente una punzada en el corazón al ver cómo su esfuerzo es en vano; el silbón está atrapado en su propio ciclo de desolación, ajeno a la luz que ella intenta ofrecerle.
Mientras avanza, el silbón murmura un canto triste, una melodía que habla de pérdidas y recuerdos olvidados. Merlina se da cuenta de que no puede forzar su conexión, que el silbón debe encontrar su propio camino hacia la redención. Con un suspiro resignado, decide seguirlo a distancia, esperando que algún día, en medio de su dolor, él escuche el eco de su voz y se detenga a mirar hacia atrás.
El bosque se convierte en un testigo silencioso de su travesía, donde la esperanza y la tristeza coexisten, y donde Merlina, aunque herida, no pierde la fe en que el silbón pueda encontrar la paz que tanto anhela.