Michael Myers, en su lacónica manera, anota en su libreta: "El Chavo del 8... Bueno, un programa... divertido. Inocente. Antes... antes de que la vida me llevara por este camino. Recuerdo reírme con él. Ahora... solo hay silencio. La risa es un recuerdo lejano, como la infancia. Un buen programa, sí. Antes." La libreta se cierra con un golpe seco.
La atmósfera en la habitación se vuelve densa, como si el eco de las risas infantiles aún flotara en el aire. Michael, con su máscara inmutable, parece perderse en la nostalgia de un tiempo que ya no existe. Las imágenes del Chavo, con su gorra y su característico overol, se entrelazan con los recuerdos de una infancia que se desvaneció en la oscuridad de su presente.
"El Chavo del 8", anota de nuevo, "un refugio en la simplicidad. La amistad, la inocencia... todo lo que he dejado atrás." Su mano se detiene un momento, como si el peso de esas palabras lo abrumara. La risa de Quico, los gritos de Doña Florinda, la sabiduría de Don Ramón; todos esos personajes que, en su esencia, representaban un mundo que él había olvidado.
"¿Qué queda de la risa?", se pregunta en voz baja, mientras su mente divaga entre la locura y la soledad. "Quizás... solo sombras." Con un suspiro, vuelve a cerrar la libreta, dejando atrás un fragmento de su humanidad, un eco de lo que pudo haber sido. La risa se convierte en un susurro, y el silencio, en su único compañero.