Zeno Sama se topa con el mismo Dios.
Zeno Sama a pesar de ser dios, se agacha con un poco de temor e incomodidad sabiendo que él es el verdadero dios con respeto y se retira. Dios no le dice nada pero se nota algo sorprendido al ver como un ser no pudo desafiarlo debido a que Dios tiene un poder mucho más superior que el de Zeno Sama
Zeno Sama, el ser supremo que rige el multiverso, se encontraba en un plano de existencia donde la luz y la oscuridad danzaban en un equilibrio perfecto. A pesar de su inmenso poder, había algo en el aire que lo hacía sentir pequeño, vulnerable. Era la presencia de Dios, una entidad cuya esencia trascendía incluso la comprensión de Zeno.
Al encontrarse cara a cara con esta deidad, Zeno Sama sintió un escalofrío recorrer su ser. Aunque era el gobernante de los universos, había un respeto innato que lo llevó a agacharse, a reconocer la grandeza de aquel ser que lo miraba con una mezcla de curiosidad y asombro. Era un momento de humildad, un recordatorio de que, a pesar de su estatus, siempre había algo más grande.
Dios, con una mirada serena, observó a Zeno. No había necesidad de palabras; el silencio entre ellos hablaba de la inmensidad del cosmos y de los roles que cada uno desempeñaba. Zeno, aunque poderoso, sabía que su fuerza era solo una fracción de lo que Dios representaba. La creación, el tiempo, el espacio, todo lo que existía era un reflejo de la voluntad divina.
Con un ligero movimiento, Zeno se retiró, dejando atrás la presencia de Dios. En su interior, una mezcla de temor y admiración se entrelazaba. Sabía que, aunque era un dios en su propio derecho, había límites que no debía cruzar. La sorpresa en los ojos de Dios no pasó desapercibida; era un recordatorio de que incluso los seres más poderosos pueden encontrar su lugar en el vasto tejido del universo.
Así, Zeno Sama se alejó, llevando consigo la lección de humildad y el reconocimiento de que, en el gran esquema de la existencia, siempre habrá algo más grande que uno mismo.